Me sumo con este texto a mi propia convocatoria. Pasar por el post anterior para leer todos los relatos participantes.
CASI UNA SOMBRA EN LA PARED
Hubo un tiempo en que la veía,
indefectible en mi recorrido junto a la otra, tan ajada y sombría como ella,
sentadas ambas en silencio en la vereda, sin hablar, pero diciendo tantas cosas
que, si se lo proponía, cualquiera podía escucharlas. Tan semejantes, tan
parecidas, tan gemelas que jamás pude identificarlas. Hermanadas ambas por historias
paralelas, las imaginaba transitando sus últimos años viviendo en casas aledañas
logrando fusionarse de tal manera que no necesitaban emitir palabra para
comunicarse. Miraban las mismas cosas con igual sensación de olvido, con la
misma mirada ausente de quien ya es sabio en errores y vivencias y ha logrado
superar las inquietudes resignando gritos y cuestionamientos inútiles.
A cierta hora después de la
siesta, cada una sacaba con lentitud su silla y se acomodaba bajo la sombra del
árbol delgado que cobijaba las puertas de sus casas vecinas, igualándose en el
gris paisaje del barrio como rito sostenido de silente compañía. Antes de cada
anochecer, casi sin anunciarlo, las dos al unísono regresaban a la quietud y
encierro de sus respectivos hogares aguardando por otra noche de sueños no
revelados. Jamás supe qué lazos reales
las unían, las imaginé hermanas, amigas, íntimamente cercanas en su largo
peregrinar de cielos y vidas.
Una tarde, al pasar como siempre
por su casa, la vi más solitaria que de costumbre. Más silenciosa, más gris, más
sombría. No estaba su sombra gemela. Estaba solo su bastón y su silla destartalada
tampoco tenía compañía. Su otra mitad había desaparecido. Y jamás retornó. Y fue
igual su ritual de salir después de la siesta, aguardando pasar el aire, las hojas
y las sombras sin pronunciar palabra que quebrara la magnitud de esa quietud
por tanto tiempo sostenida. Fue una de esas tardes que el capricho del destino
hizo que llevara mi cámara durante mi habitual recorrido frente a su soledad sombría.
Y sin pensarlo le di clic justo en el momento en que sus ojos nublados parecieran
mirarme más allá de lo que en realidad lograban ver.
Después dejé de verla. Seguramente
la sombra de su gemela decidió por fin pasar a buscarla. Y se fueron las dos,
juntas, sin necesidad de pronunciar palabra, a otro barrio, a otro mundo con
otros cielos menos tristes. Estoy segura que si alguna vez vuelvo a pasar por
el frente de esas dos casas ya vacías, sobre la pared gris de su rincón, por
unos instantes alcanzaré a ver aun sus sombras hermanas dibujadas bajo el árbol
desnudo. Ellas estarán allí para siempre, una junto a la otra, viendo sin
mirar, diciendo sin hablar, con su sabio y milenario mensaje sombrío.