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viernes, 13 de enero de 2012

HOY REEDITO UN CUENTO

A veces tengo la mágica experiencia de empezar a escribir palabras sin saber hacia dónde me irán a conducir y de repente lo que surgía en forma natural y arbitraria, va tomando forma rápidamente y se hilvana, coherente, en una historia. Es el caso de esta trilogía (publicada por primera vez hace bastante) que surgió sin que me lo propusiera, simplemente porque ella misma decidió nacer.



NO TODO ES LO QUE APARENTA

























(imagen encontrada en la red. Desconozco su autor)


Parte 1: UNA ISLA EN EL PARAÍSO (en algún lugar, miércoles 25)

Recordar lo que había pasado la noche anterior no sería fácil. Su cabeza le daba vueltas y un zumbido como de sirena de barco le retumbaba en los oídos. No tenía noción de haber bebido tanto. Es más, ni recordaba haber bebido siquiera un vaso.

Tampoco reconocía el lugar en que se encontraba. Parecía ser una casucha alejada de cualquier poblado. Ni siquiera se alcanzaba a ver algún camino entre la espesura. Solamente se insinuaba una pequeña senda entre la frondosa vegetación que parecía querer devorarlo todo.

No supo por qué, pero aquella extraña situación de no saber dónde estaba no había conseguido hasta ahora atemorizarlo. Tal vez se debiera a que aún no se sentía totalmente en sus cabales y en ese estado de confusión, el hallarse solo en medio de la nada, sin saber por qué, ni desde cuándo, no le resultaba tan angustiante como en realidad debería serlo.

Se sentó en el camastro en el que, apenas hacía unos momentos, había despertado. Buscando razonar calmadamente sobre cómo había llegado hasta allí intentó una y otra vez atar los pocos cabos sueltos que venían a su memoria: algunas luces, predominantemente azules…tal vez un chasquido, como de látigo que se hace sonar en el aire, o quizás hayan sido chispazos repentinos, no podría asegurarlo. Recordaba también una extraña sensación en la boca del estómago, como de vértigo. Como si algo lo hubiera oprimido desde adentro… quizás una gran angustia, una inquietud punzante, la certera sensación que algo terrible estuviera a punto de suceder.

Pero sus recuerdos vagos no pasaban de allí. Por más que intentaba no lograba recordar nada más. Ni siquiera lo que había hecho al llegar a su casa después del agotador día de oficina. 

Eso sí en cambio, lo tenía muy nítido: la montaña de expedientes, los gritos de su jefe, la ineptitud del nuevo, la displicencia de la secretaria, mirándolo sumirse en ese fárrago de papeles mientras ella se esmeraba en limar con muchísimo cuidado sus uñas recién pintadas. También tenía muy presente el tic tac del reloj que se empeñaba en transcurrir más lentamente de lo que debía, sin duda buscando que su impaciencia creciera más allá de sus límites en la espera de que se acabe de una vez por todas aquel día demoledor. Recordaba también con mucho detalle el número de carpetas que esperaban ser completadas con su firma: diez y siete. ..y treinta y nueve eran las facturas que habían quedado por archivar…once eran los formularios que había llenado para tramitar un permiso y siete las veces que el contador se había levantado esa tarde con la excusa de hacerse un café.

Cómo podía ser que su cabeza se ocupara de esos detalles tan insignificantes de su jornada anterior y nada pudiera repasar de las horas más recientes!

Aún con la horrible sensación de no poder mantenerse en pie, mientras en su mente todo seguía confuso y errático, decidió salir de la cabaña para intentar averiguar dónde estaba. No lo consiguió. No sólo no vio ningún punto de referencia que lo guiara sino tampoco divisó signo alguno de otro ser humano en los alrededores.

No quiso desesperarse. Trató de poner calma en sus acciones, que, a esas alturas seguían resultando inconexas con la voluntad de hacerlas: cada uno de sus movimientos se le antojaban cono si los viera en cámara lenta, la respuesta de sus reflejos era más que extraña y la sensación de no tener tacto lo alentó en la idea de que su extraño malestar fuera producto de alguna sustancia que hubiera ingerido. Jamás había consumido droga alguna, tampoco solía cometer excesos con el alcohol y ahora que lo pensaba con detenimiento, esa sensación de desconexión con la realidad tan particular no tenía nada que ver con sus muy escasas experiencias de resacas alcohólicas.

Mientras se internaba con mucha precaución en la espesura de lo que parecía ser casi una selva, intentaba otra vez, en vano, reconstruir cómo diablos había llegado hasta ese lugar.

La pesadez de sus párpados le impedían ver en detalle el colorido de los pájaros que sobrevolaban los árboles más altos, mientras el sol, con sus rayos apenas cálidos, parecía entretenerse en desvirtuar la forma de las cosas.

A cada paso (fueron doscientos cincuenta hasta que el sendero se desvió bordeando una colina) el peso de su cuerpo parecía diluirse más y más en esa especie de sopor que continuaba distorsionando sus sentidos, logrando que por primera vez sintiera algo de temor de hallarse enfermo y perdido en un extraño lugar deshabitado.

Después de atravesar un pequeño arroyo (pisó doce piedras negras que sobresalían del agua para evitar mojarse sus zapatos) logró divisar algo que le parecía conocido. Era una playa. Una hermosa costa de arena blanca bañada por un mar azul que lo invitaba a refrescarse en él. Tres altas palmeras encuadraban la vista desde el ángulo en que observaba y mientras involuntariamente contaba una a una las hojas que pendían de cada tronco, recordó - de improviso - de dónde conocía semejante paraje tropical: era exactamente esa imagen la que recordaba haber visto, la tarde anterior, en la vidriera de una agencia de turismo sobre la avenida que está a tres cuadras de su casa. Sin lugar a dudas era precisamente la misma playa, el mismo mar, las mismas palmeras…

La certeza de reconocer de esa manera aquel paradisíaco lugar, lejos de darle un punto de referencia para ubicarlo en tiempo y lugar terminó por confundirlo por completo. Si mal no recordaba el afiche en cuestión era de una isla en el Pacífico. Un sitio alejado de toda su cotidiana realidad que precisamente ayer - lo recordaba ahora sin ningún tipo de dudas - había deseado secretamente visitar alguna vez, buscando alejarse para siempre del ruido, la mugre y la tensión de la ciudad que lo vio nacer y a la que nunca abandonó por más de un día. Cómo diablos podría ser que ahora estuviera allí, solo y vistiendo el mismo traje de oficinista que ayer llevaba puesto al emprender el regreso hacia su casa, (después de haber soportado ocho interminables horas de maltrato y hastío) era algo que ya lograba inquietarlo en forma preocupante.

Se dejó caer, como pudo, sobre la arena que, sin más preámbulos se terminó escurriendo dentro de su calzado, poniendo en evidencia que su atuendo no era para nada el apropiado para ser usado en esa geografía. Se detuvo un instante contemplando los granos de arena que quedaron sobre la capellada de uno de sus zapatos…si contaba bien, eran cincuenta y cuatro…y ahí tomó nota de lo absurdo que era fijarse en ese detalle… y más aún, dedicarse a contarlos! Sin duda esa actitud era producto del loco estrés al que había estado sometido las últimas semanas, imbuido en un mar de cifras y datos que habían superado largamente su capacidad de resistencia.

Se aflojó la corbata (de la que recién tomaba conciencia de llevar) se quitó la chaqueta (a la que dobló cuidadosamente, como era su costumbre), los zapatos y las medias (para colmo llevaba puestas las más abrigadas!).Dejó que sus pies disfrutaran al hundirse en la calidez de la arena y con gran dificultad intentó recomponer los límites de lo que su vista alcanzaba a ver, con grandes esfuerzos, a pesar del persistente sopor que aún lo embargaba.

Quiso gritar, fuerte…, como último recurso para intentar comprobar si alguien lo escuchaba, pero casi se queda petrificado de espanto al verificar que ningún sonido salía de su garganta. Aterrorizado, pretendió volver a intentarlo, una y otra vez pero fue absolutamente en vano: estaba mudo, por completo, ni siquiera lograba articular algún leve sonido, algún murmullo, un gemido…nada.

Era solamente el mar, en soliloquio, quien susurraba, impertérrito, su cántico inmemorial de espumas y olas.

No alcanzaba  a comprender cómo ni por qué, pero a pesar de todo, se sintió feliz…

(continuará)

1 comentario:

San dijo...

¿Y qué pasó? uno se queda esperando Neo, vamos cuenta que pasó.
Espero ese continuará.

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